La noche no fue fácil, el viento insistió en romper la tienda, el hormigón del suelo no dejaba clavar las piquetas. Aun que el ingenio vino a nuestra ayuda, dejando la tela mosquitera desenganchada de las varillas conseguimos que el viento no rompiera la tienda.
El cielo despejado no conseguía calentar la fría mañana, obligándonos a ponernos toda la ropa reciclada disponible.
Bajamos la visera y entramos de cabeza al asfalto. Un solo carril por dirección lineas blancas pintadas y ausencia de agujeros peligrosos, aquello era el cielo! Sabíamos que no habíamos muerto porque seguía haciendo frío.
Aquellas largas y buenas carreteras dirección Barnaúl nos brindaban la oportunidad de ir detrás del rebufo de los camiones.
Nuestra velocidad aumento hasta los 85 km/h y la sensación térmica llego hasta un frío de cojones.
Al medio día la suerte nos sonrió encontrando un local con wifi para matar 3 pájaros de un tiro. Enviar un mensaje al consulado de Kazakstan conforme habíamos entrado en Rusia, comer algo, y entrar en calor.
Con la barriga llena y las cremalleras a tope volvimos a las trincheras de hielo. Sabíamos que las temperaturas iban a empeorar durante la tarde.
Estábamos a medio camino de Barnaúl y hasta que no llegáramos a la ciudad no tomaríamos carreteras dirección Sur hacia Mongolia, era una mala opción retrasar aquella batalla.
A media tarde como si de un hámster se tratara paramos unos minutos a poner las manos en el escape y el motor. Momento que aprovechamos para sacar kcalorias a nuestros regalo Kazaco.
Sin dejar que la moto se enfriara, seguimos y seguimos, el frío aumentaba y el sol progresivamente caía. De momento nuestra determinación era más larga que la carretera por la que circulábamos.
Tres horas después con el culo cuadrado y el moco colgando dentro del casco empezamos a entrar en una gran urbe super transitada, un sitio nada apropiado para descansar. Vagamos por los alrededores durante dos largas horas buscando un sitio tranquilo y resguardado donde montar la tienda.
A las dos de la mañana encontramos el sosiego en un frondoso bosque de abetos al lado de unas ciénagas. Una sopa caliente dentro del saco ayudaría a sacar el frío calado en los huesos.